Debo decir, cuando se fue usted aquella noche, de eterna inseguridad, me dejó un vacío en el alma, con ganas de necesitarlo cuando mis manos fueron atadas, y mis pies quemados en torno a su vacío corazón que nunca ha dejado de ser mío, mi señor, no me deje sin su palabra de bienvenida, no me deje en el hoyo número tres del centellazo.