Fuimos aquellos sentimientos encontrados que solo se ven en
las películas antiguas, en donde me tomabas de la cintura y me sonrojaba, en
donde locamente me tomabas de la nuca y besabas con pasión mis dulces labios, sin embargo, nos encontrábamos en el limbo del “tú y yo”, no
sabíamos en dónde nos encontrábamos como pareja (si es que alguna vez lo fuimos). Hoy, luego de algunos años, tengo a alguien más, no se parece a ti, no se
llama como tú, no lo trato como a ti, pero su rostro es tan suave como lo eran
tus manos cuando por las noches chocaban con mis brazos fieles, esa suavidad me
recuerda a las noches oscuras que amábamos ver pasar. También aquellos ojos, no
se parecen a tu cielo azul de domingo, los de él son más como una fusión entre
tu franela favorita con estrellas fugaces y el café tan cargado de azúcar que
amabas, extrañamente no se parece a ti, pero lo comparo contigo. Al despertar
no es como tú, no me despierta con rosas rojas ni un desayuno, mas me regala
aquellos labios que me hacen sonreír de locura pasión, y un café como me gusta,
poca crema y poca azúcar, y, por supuesto, me dice un chiste gracioso que no se
parece a ti. Cuando me invita a salir, solo me traspasa con la mirada pícara y
me dice con gesto silencioso: “Tómate tu tiempo, cielo”. Si, me dice cielo, no
como tú, que me llamabas por mi nombre. Los
domingos por las mañanas se queda silenciosa la pieza y me asombra no
encontrarlo viendo tus canales de béisbol, sino que me prepara el almuerzo y
entre los dos vemos en canal de fútbol que nos gusta. No tiene ni una pizca de
parecido a ti, lo que es extraño, nunca había
conocido a alguien así, tú eras como eran los otros, una copia de miles
más, y él, simplemente es él, lo demuestra así y tú te sientas a leer mi
cuaderno de noches mientras él me lee a mí cada noche.