domingo, 25 de mayo de 2014

Una noche en aquél lugar.

En medio de un sonar de tambores emocionantes, sin contar el sonido ruidoso de una mezcla de varias voces ambientadas de trompetas y guitarra, con algunas largas y otras cortas, sonrisas que venían y también iban, encontraban a los de hace un tiempo que ya sonreían juntos, escalando entre ellos que en sus manos se encontraba la felicidad de la noche que atacaba con gas unos y color caramelo otros, distintas maneras de ver la vida, los números varían, entre esas miradas, encontré una que me atrapó para toda la noche, miradas pícaras lanzadas de parte de los dos por las horas que seguían y los segundos que tocaban nuestros cuerpos con cada baile de cadera, esas gruesas cejas, y la mirada fresca con el vaso en los dedos que ansiaban tocar cintura color vino, el calor subía por la espalda, y seguían, entre conversaciones y uno que otro movimiento causado por el cautivador color de ojos y aquella mirada que entraba a lo más profundo y subía la adrenalina, encontrándose, uniéndose por segundos inevitables, para luego romper con la línea clásica de moverse hacia la víctima y tomarla, mas no pasó, los segundos subían hasta colmar el vaso, y la ida amenazaba con romper la magia, entonces me di cuenta que tu voz no la escucharía y tu nombre no sabría nunca, así que sonreí, había llegado la hora que tanto odiaba, te vi por última vez, se encontraron a dos milímetros nuestros colores, te sonreí, me cautivaste, y la noche acabó con el dulce pensamiento de tu mirada penetrante y cejas gruesas, tu vaso de  whisky en las rocas  me despidió, mi pícaro desconocido. 

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